martes, enero 31, 2012

TODOPODEROSO


De mis manos y mi sudor nacieron centellas,
cometas y estrellas fugaces humeantes
para escribir la tristeza sudorosa de la noche…

© Alfredo Cedeño

domingo, enero 29, 2012

LA CEBOLLA


En cebolla nueva hice que tus hollejos pasaran del llanto a la noche,
las estrellas brillaron en el borde del filo que te sajó sin piedad
para seguidamente largarte en medio del aceite hirviente
y tu perfume desperezó al hambre como la escarcha al alba.

En cebolla creciente el guiso, la sopa y el puchero se engalanaron
con gallardos guiños de humilde altivez para que el paladar volara
anticipándose a los regustos seculares que las bocas amontonan
en las dulces alcancías de los sabores que madres y abuelas sembraron.

En plenicebolla lágrimas y rocío se condensaron en la corteza delicada
como lluvia de capas abroqueladas pariendo espadas de esmeralda
y un borbotón de plenitudes se descolgó en medio de las mesas
hasta que el alma misma bailó con gula sobre manteles y maderos.

En cebolla menguante la piel lisa, brillante y tersa deslumbró,
pese al tajo frustrado que tasajeó su tenso vientre preñado,
acomodando en medio del universo un cantío de sabores
donde la desesperanza se secó mientras tus ganas siguieron cerca.

En cebolla agonizante lloré el desamparo de unas letras insípidas
que nunca pudieron honrar tu garbo desnudo en las once mil bocas
de hambrientos, satanases, reyes, caínes, princesas, canallas y moribundos
con la prudente humildad de la sabiduría que la tierra entrega en ti.

© Alfredo Cedeño

sábado, enero 28, 2012

ABUE


Yo le dije a él que se dejara de estar inventando y me trajera rápido los dos kilos de harina, y ahora ni la compra, ni los reales, ni el muchacho, ni un carajo se ve por todo esto. Menos mal que se me ocurrió agarrar esta botella de agua fría, porque encima se llevó las llaves y aquí estoy como una misma pendeja esperando a que se le de la gana de aparecer para poder entrar a mi propia casa... ¡No digo yo!

Pero bueno, Carmen, ¿qué es eso?, ¿Que qué me cuesta? ¡Nada!, pero es que la abuela está allá arriba esperándome, y a mi se me olvidaron las llaves en el bolsillo, ¿cómo me voy a ir contigo al fondo de la quebrada?, deja la inventazón de vainas que después a mi es que le van a decir la letanía completa. ¿Miedo? ¡Claro que si!, mi abuelo siempre me lo decía: “Mire muchacho, cuídese la bragueta de las mujeres que de los hombres la paloma se defiende sola, porque cuando a uno le ponen el ojo esas pantaletas, mínimo te las pone de bozal y ni cuenta te vas a dar…” Y eso de que me vean por ahí con las tuyas en la jeta no es muy bonito que se diga.

Y nada que ese bendito carajo aparece. Déjalo que llegue que me va a oír la lengua, pero también tengo que ponerme a pensar que a ese muchacho tampoco lo puedo mantener enfustanao, porque sabrá Dios si hasta termina jugando en la otra banda. Yo no es que me voy a poner a criticar lo que cada quien haga de su cuerpo; pero una no es gringa, a esas no les importa un coño nada, pero yo, hija, nieta, bisnieta y tataranieta de gente como la de uno, no puedo entender eso. A mí que me llamen vieja carcamal, y que Dios me perdone por pensar en eso, pero de imaginarme que venga otro y me le haga eso al muchacho, ¡Ave María Purísima!

Ese no es el punto, chica, si conozco o no conozco mujer, ese no es problema tuyo. Lo único que sé es que tengo que irme de una buena vez porque la abuela está esperando y tú ni la harina me has dejado comprar con la cantaleta que cargas de que nos metamos allá en el fondo del zanjón del tuerto Pepe. Además, que tú nunca vas a poder hacer las arepas que hace mi abuela.

© Alfredo Cedeño

jueves, enero 26, 2012

SACRIFICIO


Uno por cada beso que me fijó a tus ganas
hasta crucificarme en tus grupas ariscas,
otro por cada mirada con que me clavaste
a tu boca frenética de verduga desolladora,
este por cada uno de mis anhelos horizontales
de tus pezones saltando entre mi lengua,
y todos para clavetear la tapa de mi esperanza
cuando yazco escarmentado sobre tu gemir satisfecha.

© Alfredo Cedeño

martes, enero 24, 2012

CIUDADANÍA


Frente a tu parafernalia de autoridad
está mi coraza ciudadana
y esta bandera que me arropa ingenua
pero llena de esa dignidad
que ni milicos
ni gorilas
ni tontos con poder
podrán jamás acuartelar.

© Alfredo Cedeño

sábado, enero 21, 2012

FRANCISCO "PACHO" FLORES


Corría el año 2007, y, por razones que no vienen al caso ahora, estaba yo caminando por los jardines internos del Convento San Francisco de Asís, en La Habana Vieja, cuando comencé a escuchar un sonido, que no podía definir de un todo. Era como una película en el que el silbato de una vieja locomotora anunciaba su llegada a la estación. Confieso que al mismísimo comienzo me estremecí. De inmediato recordé a mi abuela, a quien Dios ha de tener en su santa gloria, quien solía decir: “Todo carajo malo es cobarde…”

Lo cierto es que mi sempiterna averiguadera no se dejó amedrentar por el miedo que podía imponer aquel sonido que no alcanzaba a descifrar. En medio de un sombrío pasillo distinguí las espaldas de una persona que vestía una camisa de color lila muy tenue. ¡De nuevo los recuerdos de mi abuela se revolvieron! Ella decía que ese era el color del Ánima Sola… Afortunadamente, en ese momento aquella figura se puso de perfil y ¡era él!, ante lo cual finalmente respiré y el valor me volvió al cuerpo.



El día anterior había estado en un concierto que se llevó a cabo en el auditórium Amadeo Roldán, dirigido por el maestro César Iván Lara, donde él había estado como trompeta solista. Habló de Francisco Flores, pero al que todo el mundo conoce en el ambiente musical como Pacho Flores; y que en estos días ha estado de boca en boca, por el contrato que recién firmó con la Deutsche Grammophon, de Alemania, que es la disquera de música clásica más importante del mundo.



Pacho, como se suele presentar él mismo, habla con esa cadencia propia de los hijos de tierra tachirense. Su juventud es inversamente proporcional a la destreza y madurez con la cual ejecuta su instrumento. Él comenzó a estudiar música a los ocho años con su propio padre y con Carlos Cárdenas, para luego continuar con Miguel Ángel Espinel, para luego irse a Caracas –a los 17 años- a proseguir su formación en el Instituto Universitario de Estudios Musicales, bajo la tutela de Eduardo Manzanilla. De ahí pasó, en el 2005, al Conservatoire National de Region de la Ville de Rueil-Malmaison, Francia, donde recibió el Diploma de Perfeccionamiento.




A partir de ahí Pacho ha venido deslumbrando con sus ejecuciones al mundo entero. Esa tarde que le conocí estaba “calentando” para horas después participar en un concierto de música de cámara que se llevó a cabo en la Basílica Menor del ya mencionado Convento San Francisco de Asís. Tocó en compañía de la pianista cubana Pura Ortíz, quien se deshizo en halagos con el “muchacho”. Ese día el cierre fue de gloria. Junto a Ortiz y Pacho estuvieron las cuerdas de Luis Quintero Santamaría y las voces de William Alvarado e Idwer Álvarez.




Recuerdo que esa tarde, en la que yo, impertinente confeso y reiterado, lo fastidié hasta más no poder acribillándolo con cuanta pregunta se me pudo ocurrir, sin que eso le hiciera perder el buen talante y humor, me comentó: “yo se que tengo que ir poco a poco, nadie empieza desde atrás, y me toca comerme las verdes, pero ya me tocará el tiempo de las maduras”.



Fueron horas las que estuve jodiéndole la paciencia a Pacho, hasta que Idwer Álvarez llegó a zafarlo de mis fotos y preguntas. Era hora del concierto. Cuando Pacho comenzó a tocar entre las paredes de la antigua iglesia, ahora devenida en sala de conciertos por obra y mando de los creadores del “Hombre Nuevo”, un silencio espeso de plegarias añejas nos arropó. Un espectador de estampa actual, con pelo teñido y arete en sus orejas, sólo atinó a inclinarse y contemplarse las manos; su aire absorto hacía evocar a los viejos frailes orantes. A fin de cuentas: ¿qué es el talento? Cada día me convenzo más de que es la mejor forma que Dios ha encontrado para manifestarse y dejar su huella en las orillas de los sentimientos de cada quien…

© Alfredo Cedeño


viernes, enero 20, 2012

LAS CUENTAS


Aquel burrito que va volando allá por la falda de Los Gallinazos, ese es Corotico, y él es mío, pero Garrancho, el perro ese flaco que viene más atrás no, con ese no quiero nada, porque él es muy malo. El otro día quiso morder a mi morrocoy Marugenito, el que me regaló la doctora María Eugenia, allá en la Puerta. Él es malo, ¡qué si lo es!, no es nada más que se mete con Marugenito, la otra vez también quiso comerse a los pollitos de la gallina jabada, y hace dos semanas mamá lo encontró comiéndose los huevos que había puesto la blanca por atrás de la silleta del burro.
Teodora está parada en medio del camino que cruza la montaña, sus ojos despiertos van recorriendo todo a su alrededor. Termina de girar sobre si misma, acomoda el morral donde lleva sus cuadernos y sigue subiendo la cuesta polvorienta que llega hasta su casa. Mientras camina sigue hablando sola.
Papá me regaló a Corotico por saber sacar cuentas, je je, y la verdad que no me lo esperaba. Él se iba a llevarle una carga de tomates al viejo ese barrigón de allá arriba en La Puerta, el que le compra siempre las siembras, y yo por las puras ganas de pasear le pedí que me llevara, cuando bajamos todos los huacales del jeep que le hace los viajes sacando las cargas y ellos empezaron a echar sus números lo oigo diciéndole a mi papá:
– Tres y dos cinco, y ocho once, por cuatro cajas, dan cuarenticuatro y otras tantas del viaje de esta mañana y lo mismo de ayer por la tarde son …
– ­No señor, ¡son cincuenta y dos por viaje!
– ¡Muchacha!, ¿qué es eso de estar interrumpiendo así? Disculpe usted señor Manuel pero es que esta china es una insolente…
Yo me quedé callada. Cuando ellos terminaron de sacar sus cuentas y agarramos de vuelta, papá me empezó a regañar, porque no estaba bien que interrumpiera de ese modo a los mayores cuando estaban hablando. Ahí fue cuando aproveché y le expliqué bien como es que era que se sumaba y se multiplicaba, porque justamente esa mañana la maestra Carmen Virginia me había enseñado esas tablas.
– ¿Cómo dice usted Teodora? ¿Quiere decir que el viejo baboso ese me está sacando las cuentas a favor suyo? La semana que entra se viene conmigo y me ayuda con eso.
Dicho y hecho, el viernes que era cuando él acostumbraba entregar lo último de la semana y a calcular todo para que el gordo le diera sus cobres, me pidió que me alistara. Cuando llegamos allá, me fije que él ya tenía su mala intención por delante porque, así como para comprarme, me entregó unos caramelos y me dijo:
– Pero si aquí está la cuentera, tome y endúlcese.
Y se volteó hacia donde estaba papá y empezó con sus cuentas de unas cajas de lechuga que le había estado llevando en la semana.
– A ver Guillermo, Tres y dos cinco, y ocho once, por cuatro cajas, dan cuarenticuatro…
¡La misma cuenta de la semana pasada! Papá se me quedó viendo así como diciéndome que hablara y salté:
– Disculpe, pero son cincuenta y dos…
– ¿Cómo que cincuenta y dos? –Dijo el muy zángano y se me quedó viendo.
– Si señor Manuel, porque cinco y ocho son trece, no once, y multiplicado por cuatro da cincuenta y dos.
– Vea pues, pero esta china si que sabe Guillermo, yo hubiera jurado que la cuenta era así…
Pero se le veía por encimita que eso eran cobas de él. Papá no dijo nada, sino que se puso a mirarlo fijo sin siquiera parpadear. Otro día pasó que estábamos en las mismas y estaban echando los números y empezó:
– Ajá Guillermo, estos sacos de maíz estuvieron medio flojos, pero fueron nueve y siete do… mire china cuanto es que son nueve y siete?
– Dieciséis señor Manuel.
– ¿Estás segura? Yo hubiera jurado que eran doce…
Ese día cuando veníamos subiendo hacia la casa, papá me dijo:
– ¡Con razón no me rendían los cobres! Ese guaro gordo me tenía las cuentas al revés y ponía todo a según le convenía a su bolsillo. Yo le tengo que reconocer Teodora esto que hizo, ¿será que ahora cuando vayamos subiendo por donde Chucho Márquez le compramos el pollino ese que usted tanto empeño tiene con él?
Así fue. Apenas pasamos por la casa de Jumí, que es como mentamos todos aquí a Chucho, papá mandó a que se parara el del jeep, en lo que se paró fue y preguntó cuanto importaba Corotico, y eso fue rápido. Jumi le dijo, papá sacó y le pagó y yo me quedé para subir caminando hasta la casa llevándolo del cabestro.

© Alfredo Cedeño

jueves, enero 19, 2012

GAVILÁN


En mi pico el acero es una metáfora que trastabilla
entre celajes de plumas raudas como puñales.

En mi vuelo la muerte es una certeza que salta
sobre el espinazo de las serpientes homicidas,
o la inocencia de un conejo lerdo y descuidado.

En mis pupilas la misericordia es una enemiga
que siempre rebota derrotada entre mis garras.

© Alfredo Cedeño

martes, enero 17, 2012

MARINO Y CLORO


Del cielo a la clorofila hay un sendero
mínimo como mis culpas
escarpado como coito frustrado
largo como tus ganas
sombrío como plegaria abandonada
fresco como beso de hembra libre
anhelante como caricia adolescente
hermoso como el mundo entero…

© Alfredo Cedeño

domingo, enero 15, 2012

TRUJILLANEANDO 11 (La Ceiba)


Cada vez que abordo la historia, de cualquiera sea el sitio, en el estado Trujillo termino evocando una anécdota, contada por Raúl Díaz Castañeda, del médico Pedro Emilio Carrillo. Decía aquel que sólo una vez lo vio enojado, y ello ocurrió cuando alguien dijo que si a Trujillo lo borraban del mapa, no pasaría nada. A ello Carrillo respondió: "Pero a la Historia de Venezuela tendrían que arrancarle la mitad de las páginas".

La frase leída hoy podría sonar a desplante, o quien sabe si a “resuello por la herida”. Ni una cosa, ni la otra: don Pedro Emilio condensó en esas sesenta y seis letras una verdad pura y justa, en consecuencia dura. A fin de cuentas, lo cierto no conoce de afeites, ni florituras, ni de ese otro eufemismo que llaman dorar la píldora.

Hoy, luego de múltiples jalones de orejas y reclamos de quienes me toleran dominicalmente voy a escribir de La Ceiba, población que, si ubicamos en el mapa, está en el borde inferior derecho del Lago de Maracaibo, diría algún quisquilloso que a 53 kilómetros, en línea recta, al noroeste de Valera y a 465, también derechitos y sin soportar el desastre de la red vial que ahora disfrutamos gracias a la plaga roja-rojita, al Suroeste de Caracas.

Debo también apuntar que este es el único puerto del estado Trujillo y que por largo tiempo fue la vía más expedita de comunicación y conexión de este estado andino con el resto del país y el mundo. De hecho, hubo una época en que quienes iban hacia Caracas optaban por la vía lacustre y marítima: embarcaban en La Ceiba, llegaban a Maracaibo, de allí a Curaçao, luego Puerto Cabello y finalmente La Guaira, desde donde finalmente se enrumbaban a la capital nacional.

Pero antes de seguir con el despegue de La Ceiba y su trascendencia para la economía regional y nacional, creo pertinente hablar de sus comienzos. Algunos historiadores dicen que fue en 1620 cuando bajo el nombre de Pueblo Viejo, de mano de las misiones de los jesuitas, inició su tránsito por los anales occidentales. Afirman que será dos siglos y dos décadas después, en 1840, cuando se consolidará debido a “la gesta poblacional” del marabino Juan Ramón Almarza.

A ver, bien sabemos que ponerse de acuerdo varios siempre implica unos esfuerzos casi infinitos; más cuando ello es por decir quien es el que tiene los pelos de la puerca en la mano para decir que es negra, o que es albina. El comentario viene, porque hay quienes afirman que fue fundada “en 1.740 por el Sr. Juan Ramón Almarce, quien administró grandes haciendas de cacao”. La misma fuente asegura que “existe una petición del Maracucho Benito Roncayolo quien gestiono ante el Congreso Nacional, el Tramo Ferrocarrilero desde la Ceiba hasta Motatán culminando en 1.855.”

En honor a la verdad es que traigo a colación esta cita sólo para resaltar su poca credibilidad. Resulta que en 1876, llegó a Venezuela de Francia el empresario Benito Roncajolo, acompañado de sus dos hijos: Juan y Andrés Roncajolo; los tres eran ricos comerciantes y expertos en la construcción de líneas férreas.

Pero antes de ahondar en ello quiero referir que esta zona estuvo habitada en tiempos precolombinos por distintos grupos indígenas que hacían vida en la hoya del Lago de Maracaibo y sus riberas. Más tarde fue cuando ocurrió el poblamiento colonial, para cuya colonización se otorgaron los llamados repartimientos, mercedes reales, encomiendas y reducciones, donde la explotación del cacao se llevaba a cabo con la mano de obra esclava de indígenas y negros.

La Ceiba hoy es una de las tantas localidades venezolanas donde el abandono se ha enseñoreado. Su bien ganado lugar en la historia se apolilla en la memoria de un país que pareciera empeñado en despilfarrar la herencia labrada por numerosas generaciones de emprendedores. Por esos parajes transitaron los primeros conquistadores, esclavos, conspiradores, piratas, libertadores, hombres de negocios.

Al concluir la Guerra de Independencia -1810 a 1823- y la Guerra Federal -1859 a 1863- comenzó a decaer el comercio en Gibraltar, que servía como principal puerto del Estado Mérida, lo cual llevó a que se disparara el tráfico comercial de Mérida y Trujillo a través del puerto de La Ceiba. También es digno de resaltar que en 1842 la entonces Provincia de Trujillo comenzó a reclamar una salida al Lago de Maracaibo. Si de algo tienen merecida fama los trujillanos es que no hay cosa que se les meta entre ceja y ceja que no termine haciéndose realidad. El 9 de abril de 1850 el Congreso Nacional decretó la anexión de La Ceiba al cantón Escuque, jurisdicción de Trujillo, separándolo de forma permanente de la Provincia de Maracaibo, hoy Estado Zulia.

Es pertinente apuntar que el transporte de personas, mercancías y productos agrícolas se realizaba a lomos de mulas y caballos, así como de algunos coches y carretas. Es así como comienza a hablarse de la necesidad de mejorar los medios de transporte. Una década más tarde, el 6 de julio de 1869 el Congreso de la Republica emitió un decreto por medio del cual concedía al danés Waldemar Word, la exclusividad para construir un ferrocarril entre el lago de Maracaibo y la parroquia de Betijoque, tal como documenta Francisco González Guinán en su Historia Contemporánea de Venezuela.

Lo cierto fue que, gracias a la situación política y/o incumplimiento de la empresa del súbdito de Dinamarca, la obra nunca fue realizada.

Deja saber González Guinán en su citada obra que el 31 de mayo de 1878, el Congreso de la Republica, aprobó un contrato celebrado “entre el Ejecutivo Nacional y los señores Benito Roncajolo y Antonio Aranguren para la construcción de un ferrocarril entre La Ceiba y Sabana de Mendoza en Trujillo". Quiero hacer referencia que este Aranguren no es el mismo que luego adquirirá notoriedad, y una riqueza incalculable, porque el 28 de febrero de 1907 recibe del gobierno de Cipriano Castro la concesión para desarrollar durante 50 años yacimientos de petróleo y asfalto en los distritos Maracaibo y Bolívar del estado Zulia. Es el mismo que en los años 50 aparece como el financista del magnicidio de Carlos Delgado Chalbaud ya que en una casa de su propiedad es donde el grupo de malandrines que encabezaba Rafael Simón Urbina asesinan al entonces presidente venezolano.

Pero sigamos con la vía férrea y La Ceiba. Aquel contrato de Venezuela con Roncajolo y Aranguren tampoco se llevó a cabo y será el 17 de marzo de 1880 cuando se firma un nuevo contrato oficial, “para la ejecución de la obra del Ferrocarril, desde el Puerto de “LA CEIBA” o de “La Mochila” (ensenada del mismo nombre, en la desembocadura del río Buena Vista, adyacente al Puerto “La Dificultad”), hasta “SABANA DE MENDOZA”; y que fue firmado entre el ingeniero JESUS MUÑOZ TEBAR, Ministro de Obras Publicas de los Estados Unidos de Venezuela y el Sr. BENITO RONCAJOLO, en Caracas”. Ese documento fue aprobado “por el Congreso de los Estados Unidos de Venezuela, el día 13 de abril de 1880, y publicado en la Gaceta Oficial Nº 2054 del 16 de abril de 1880”. Y se comienzan las obras.

Con Benito Roncajolo y sus hijos vino la esposa de Juan: Leontine Perignón de Roncajolo. Ella escribió el libro: En Venezuela, 1876-1892. Recuerdos, que fue publicado en Francia en 1895, y que apenas fue en 1968 cuando se tradujo al español.

Madame Leontine escribió en su obra:
Para salir de las selvas que hoy día atraviesa la vía férrea, se requerían por los menos dos días y a veces más. En la estación de las lluvias, no se avanzaba sino lentamente. Las bestias y la gente, cubiertas de fango, encontraban miles de obstáculos, entre otros, las fiebres paludosas, muy comunes entonces y que a menudo se transformaban en fiebres perniciosas. El transporte era costoso y difícil; algunas veces los arrieros se veían obligados a abandonar sus cargamentos y sus mulas morían devoradas por animales salvajes.
Para construir esa vía se taló la parte de la selva que llegaba hasta los techos de las casas de La Ceiba. Con el aire y el sol disminuyeron las fiebres y se logró alejar o secar las aguas del lago y de los pantanos que casi penetraban en las viviendas. Hoy día esas selvas vírgenes, que en otros tiempos se atravesaban en dos penosos días de camino en medio de hoyos y pantanos, bajo chaparrones o bajo el sol tropical, se recorren en dos horas en cómodos vagones.
… Cuando acompañaba a mi marido en las obras, no podía dejar de admirar los magníficos árboles que a veces era necesario talar por así requerirlo el trabajo, y los soberbios pájaros que sin ningún temor permanecían a mi lado; incluso algunos de ellos me dejaban observarlos en sus nidos
.

No se crea que la iniciativa de Roncajolo y sus hijos fue recibida con La Marcha Triunfal de Aída, o con bombos, platillos y saltimbanquis. Si bien un grupo de inversionistas trujillanos, encabezados por Juan Bautista Carrillo Guerra, suscribieron acciones de la compañía, la eterna miopía de los intereses se manifestó de manera virulenta: Los dueños de los arreos de mulas que fungían como medio de transporte hasta La Ceiba, así como los propietarios de las posadas, establecidas a lo largo de los llamados caminos reales, muchas veces le echaban candela a los durmientes, o ponían piedras, palos, clavos y cuanta vaina se les ocurría en la vía. En más de una ocasión sabotearon las líneas telefónicas que la empresa iba colocando en paralelo a la obra.

La ruta se fue ejecutando por etapas hasta que se dio por finalizada en Motatán. Desde que entró en funcionamiento su uso se extendió de manera intensiva. Hay dos cartas, una del 21 de agosto de 1888 y otra del 30 del mismo mes y año, que el Siervo de Dios, José Gregorio Hernández, dirige a su amigo y colega Santos A. Dominici, en las cuales le narra su viaje desde La Guaira, con escala en Puerto Cabello, Curazao, llegando a Maracaibo, y luego a la Ceiba, para luego utilizar el ferrocarril desde la Ceiba hasta Sabana de Mendoza.

Todo esto que les he ido narrando es una brevísima síntesis de datos, hechos, cifras, que sirven como actos refrendarios de las palabras del viejo Carrillo que les mencioné en el primer párrafo. Trujillo es una cantera que luce inagotable en sus aportes para la configuración de nuestro acervo histórico como país.

Por eso no ceso de asombrarme ante el aparente manto de indiferencia con que los trujillanos transitan alrededor de sus dignas raíces. No puedo negar el mal sabor que deja andar por las escasas calles de La Ceiba y ver el deterioro de lo que una vez fue uno de los ejes comerciales de Trujillo, Los Andes, Venezuela y el Caribe…

Su gente sobrevive ganándose dignamente la vida entre las aguas del Lago. Y regreso de sus espacios pensando: Ah malhaya hubiera muchos Pedro Emilio Carrillo que rescataran esas hojas de la historia venezolana que la indolencia parece a punto de arrancar para sembrar torres.

© Alfredo Cedeño

sábado, enero 14, 2012

EL PERRO MULA


Usted no me lo está preguntando, pero eso fue de aquí, del centro de la barriga que yo sentí que me salía ese suspiro del puro susto, perdone la palabra, pero no era miedo, era cagao que estaba cuando yo sentí por aquí atrás de esta tapia los pasos de esa mula. ¿Qué cómo supe que era una mula? ¡Y era marrona! porque cada vez que afincaba los cascos le sonaban los sacos de plata que llevaba en la enjalma. Uno en estos campos reconoce hasta los peos que se echan los sapos, ¿cómo cree usted que no iba a saber reconocer esas pisadas?

La mirada se aguza y escarba el cielo buscando unos argumentos que sus ojos bizcos no alcanzan a enfocar con nitidez, pero cada vez que Pepe cuenta, todos callamos.

Además, que eso era noche negrita como culo de caldero, no se veía uno ni las manos, y aquellos cascos repicando por el camino, y yo más me cagaba, pero más ganas me atacaban de ir a ver, porque uno nunca sabe si es que Dios se antojó de mandarle la buena suerte a uno en una de esas, porque eso si tiene él, que aprieta pero no desnuca y hay que mantenerse con las pepas de ojo bien pendientes y poder ver; la vaina es que ¿cómo iba a ver con semejante oscurana?, y, encima de todo aquello me acuerdo que las pilas de la linterna se habían acabao, y los fósforos no sabía donde los había puesto.

Cuando estoy en aquella enorme angustia veo que se prende una lucecita aquí en los bajos de la puerta, verdecita como un retoño, ¡y se me ilumina la mente! ¡Un cocuyo!, resulta que si tú agarras uno y lo soplas por el frente ese bichito se vuelve como loco y alguna vaina hace, será que pide socorro, porque al poquito empiezan a llegar más. ¿Qué había pensado yo? ¡Fácil! Hacer una linterna con ellos, y así fue. Eso fue que llené un botellón y cuando no pude meter más los eché aquí en este saco, fíjese que eché tantos que por eso es que está así roto, lo esfondaron de tantos que había, pero antes que eso aconteciera, salí con mi pimpina-linterna, y en lo que me asomé a esa esquina de este lado, ¡qué mula un carajo! Era el jilacho perro ese que tenía cogido el hocico en una bacinilla vieja que la abuela Rosario había dejado por allá arriba y él se había puesto a olisquear.

De la tristeza tan grande que me dio le di una tunda e palos y se lo dije: Esto es por estarme haciendo creer que por fin iba a ser una gente con bastante cobres que gastar. ¡Eso no se hace!

© Alfredo Cedeño

jueves, enero 12, 2012

PURGATORIO


Desde los escombros de mi fe
crucifico a beatas y sayones
santifico a putas y bandoleros
y me largo abierto a la vida
para abrazar las cruces humeantes
donde la feligresía resucita feliz.

© Alfredo Cedeño

martes, enero 10, 2012

PLATERITO


Os puedo jurar que en toda Andalucía nunca hubo un jamelgo
con este garbo y este plante que ya quiso Sancho para su rucio,
lo juro por el primer pañal que empringó Nuestro Santo y Sagrado Infante.

Ollares que ni Dulcinea por muy princesa logró que natura le diera,
hocico para cantar con la dulzura de los jilgueros camino al África
y orejas para oír los regüeldos de Tragaldabas venciendo a Gargantúa.

Un burrito trujillano nacido cerquita del cielo y parido en la cordillera andina,
de cascos ligeros para recorrer los barrancos o volar sin miedo sobre ellos
y barrer los reflejos que los sustos no pueden colocarle en un cabestro.

© Alfredo Cedeño

sábado, enero 07, 2012

COMANDO


Yo se que me van a matar cuando le de matarile al jefe, pero es que no me queda otra. Mamá siempre decía que a uno la suerte cuando lo agarra es como una perra con mal de rabia: en lo que te muerde te enfermas. Sea por bien o sea por mal. Si es por lo bueno eso es que te ahogas en plata y no hayas ni en que gastarla, porque más botas y más te entra; y si es por lo malo entonces te ahogas en mierda y no hay manera.
Y que conste: yo quise ser uno de los buenos. Cuando me metí a policía era porque creía, y quería, que los bandidos siempre perdían, pero cuando apenas terminé el curso y me pusieron en la calle me di cuenta de que yo había visto mucha película. El mismo primer día, estando en la esquina de la calle Veinte, le puse la mano a uno que cargaba kilo y medio de marihuana en un morral, lo esposé y lo lleve hasta la jefatura, él iba muerto de risa y me dijo: “mire chamo déjese de eso y agarre estos cien mil que es lo que cargo aquí y no pasó nada”. Yo lo que hacía era empujarlo y decirle que cien mil coñazos le íbamos a dar en lo que llegáramos. Y él lo que hacía era reírse. En lo que entramos me quedé frío cuando vi que el sargento que estaba en el escritorio saltó y empezó a darme gritos y a decirme que le quitara las esposas y que dónde estaba la orden para llevar a ese ciudadano detenido. Pero, sargento, es que yo… empecé a decirle. Cállate te dije, me respondió. Es que tiene kilo y… volví a comenzar. Que te calles te dije ya, me contestó y sacó su llave, le quitó las esposas y le dijo que se fuera. El hombre sobándose las manos, se reía y le dijo: “no se preocupe pana mío, que él ya va ir aprendiendo –y se me paró al lado y me dijo-si hubieras agarrado tus cien mil no te habrían formado ese peo, ve aprendiendo que aquí la movida es otra, mi nuevo”.
Por eso es que cuando a los seis meses me llegó a la casa de los viejos aquel tipo en un carro nuevo, y con tres guardaespaldas en otro carro, a decirme que tenía que hablar conmigo me quedé mudo y le oí todo. Lo primero que hizo fue decirme la vida y milagro de todos en la casa, y cerró: “mira mi pana aquí nadie pierde y todos ganamos, tú quédate tranquilo y voltea a ver de aquel lado mientras nosotros pasamos, que después nos vamos a acordar de ti”. Yo quise patalear, pero él me atajó: “Mi pana, hazme caso, y déjate de joder que si no colaboras se le pueden ir los frenos a una camioneta en la mañana cuando tu mamá va a comprar lo del almuerzo allá en la esquina…”. Ahí si fue verdad que me cagué y me quedé mudo. De todos modos, apenas llegué al comando fui a buscar al inspector Santos, el jefe de drogas, y le conté todo; él no me dijo nada sino que se paró de su silla y me hizo seña y fuimos hasta la puerta de atrás y me enseñó un Toyota Camry nuevecito y me dijo que era suyo, y me preguntó que desde cuando no veía uno así. ¡Fue cuando caí que era igualito al que cargaba el tipo que fue a la casa!
Desde ese día me empecé a hacer el pendejo y ellos empezaron a darme de todo y hasta una moto me regalaron. Como siempre tuve buen pulso, y no dejé de ir a practicar en el polígono me empezaron a mandar a competencias, todas las ganaba, todo el mundo hablaba de mi puntería. Un día volvió a aparecer el mafioso en la casa, pero con una Hummer, y me dijo que me fuera con él que había una gente que quería hablar conmigo. Nos montamos en su camioneta y arrancamos con el otro carro con los escoltas más atrás. Todo el camino él estuvo diciéndome que yo había aprendido rápido y que por eso era que íbamos donde íbamos. Yo mudo lo oía. Por fin llegamos a un caserón que ni sabía que estaba en ese sitio. Cuando llegamos el portón se abrió, apenas entramos él bajó todos los vidrios y me dijo: “deja la pistola aquí adentro en el piso, bájate y déjate revisar tranquilo que nadie pasa sin que lo chequeen completo”. Así fue. Había más de veinte hombres con mejor armamento que el que había en toda la policía, nos revisaron a los dos y después nos hicieron seña de que siguiéramos. ¡Yo nunca había visto tanta cosa fina junta! Seguimos hasta el fondo y en una mesita, que no decía nada, estaba él, con unos enormes cerros de pacas de billetes por todos lados. Sin mucha vuelta me dijo que él sabía que donde yo ponía el ojo metía el tiro, y por eso me quería tener con él cuidándolo. Ahí no tardamos mucho, al cuarto de hora ya habíamos acordado todo y nosotros nos fuimos. A la semana ya estaba instalado ahí.
Nunca me iba a imaginar que estando durmiendo en mi casa me iba a despertar con un cañón en la frente. Me espabiló el frío entre los ojos. Cuando pude enfocar vi que eran cinco y que a los viejos los tenían sentados en un sofá que yo tenía en el cuarto. El que me tenía apuntado me dijo que no me preocupara que nadie los había visto entrar, ni los iban a ver salir, y que yo decidiera: me ganaba aquella maleta llena de billetes y me echaba a éste, o ellos se echaban primero a papá, después a mamá y me dejaban de último para que viera lo que pasaba por no hacerles caso. Se cuenta rápido y se dice fácil, pero sólo La Virgen del Carmen y yo sabemos lo que me costó llegar a esto. Pero la verdad que si el jefe no se hubiera encaprichado con mi novia y me la quita del modo que me la quitó a lo mejor yo me la pienso más. Mamá y papá ya están donde los tíos en México, así que con ellos no se van a desquitar. Yo se que no tengo más chance que hacer un solo tiro, saltar la pared del fondo, dejarme caer por el barranco de atrás, llegar a la moto y arrancar hasta la autopista que ellos me van a esperar para sacarme.
Él se persigna, entra al salón, saluda al jefe, quien le responde con un gruñido y se voltea a recoger un paquete de un maletín que le acaban de poner en una silla. Él saca el revólver, no necesita apuntar, el disparo retumba y la bala entra en el centro de la cabeza del hombre. El estallido reverbera. Silencio. Él sabe que durará poco. Comienza a moverse hacia la puerta del fondo, agarra el picaporte y comienza a oír el tropel de pasos que viene. Abre, da cinco pasos largos y se monta a horcajadas sobre el muro y se deja caer por el declive. Rueda sobre sí hasta llegar a la moto, la prende de una patada y sale sin mirar atrás, oye las detonaciones y siente el silbido de las balas que le pasan cerca. No frena. Acelera. Cruza la calle y se mete por la vegetación y acelera más. Un minuto y sale a un tramo asfaltado, se para, aguza el oído, oye un ruido de motores y gritos que se acerca. “Si no me concentro pierdo”. Saca un audífono de un bolsillo de su chaqueta, prende al aparato, se los coloca y vuelve a arrancar. Dobla a la derecha, acelera más, llega al cruce de la autopista. “¡Estoy cerca!” Acelera a fondo, hasta que ve las tres camionetas que lo están esperando, enfila hacia ellas con todo lo que puede exprimirle al motor. Recorta bruscamente y salta de su moto pensando que será una lástima tener que dejarla, la máquina sigue rodando con el impulso hasta la cuneta donde cae todavía encendida, cuando él comienza a caminar hacia los vehículos, ve bajar la ventana del que está en el medio y sale la cara de Santos, el jefe de drogas, con una pieza azul en la mano izquierda, asoma la derecha y sin parpadear le dispara una ráfaga con una pistola 9 mm. Se baja, lo cubre con el lienzo que no había soltado y llama por su teléfono: “Listo jefe, mande la furgoneta con el forense”.

© Alfredo Cedeño
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